de José Pablo Feinmann
(Buenos Aires, La Página, 2007)
Terminé -por fin- de leer la novela de José Pablo Feinmann, Ni el tiro del final. De entrada, para que entiendan lo que voy a escribir, un juicio de valor: no es una buena novela. Es decir, es predecible. La trama es la siguiente. Ismael Serrano es un filósofo devenido ―le hubiese gustado decir eso a Ismael― pianista para sobrevivir. Actúa con su mujer, Susy Rivas, interpretando entre otros a George Gershwin. En una de esas, van a parar a Mar del Plata. Sí a Mar del Plata, porque un amigo -un viejo compañero de estudios- le consigue allí un trabajo en un club nocturno y patatín y patatán… Ismael, que tiene un pasado vinculado a la filosofía -como ya ha sido dicho- y a la siempre recurrente figura de Hegel en Feinmann, parece que sabe escribir y hacer uso de la retórica. Quiero decir: escribe cuentitos y novelas, y también dice boludeces cuando actúa. Una noche conocen a un tal Vidal. Un tipo con mucha guita. Inician una relación, como si iniciar una relación fuese lo más simple en el mundo. Ahí es cuando aparece un tal Fernando, abogado y amigo de Ismael, porque habían tratado de interpretar juntos la Fenomenología del espíritu de Hegel. ¡Qué pelotudo! Y también aparece en escena una loca, la mujer de Vidal, una tal Achaval Junco. ¡Qué evidente, este Feinmann! "Achaval Junco" o "Civit Evans" o "…" Un apellido doble para una oligarca. Así de fácil piensa Feinmann que es escribir o delimitar personajes… El tema es que la mina, perdón, la Achaval Junco, piensa que Vidal, su esposo, le mete los cuernos. Y Fernando hace de detective más que de abogado. Porque como abogado se caga de hambre. Un filósofo que es pianista, un abogado que es detective, un arquitecto que tiene mucha guita gracias a su mujer que está loca porque cree que le mete los cuernos y es multimillonaria y propietaria de un sinfín de empresas. Nadie es nada en esta historia. O todos son siempre otra cosa de lo que quisieron ser. En fin, Fernando le propone a Ismael y a Susy cagar al Vidal. Hacerle creer a la Achaval Junco que Susy es la amante de Vidal para sacarle mucha guita y que, por fin, "se les dé", "una se nos dé"… Les sale todo para el culo, salvo a la Susy que se queda con el Vidal, un chalet y mucha, pero mucha guita. Entre medio, un cuentito malísimo, de una relación entre un primo asesino y uno cobarde que no vale la pena ser leído.
El problema para mí es cuando un escritor quiere hacernos creer que su novela es intelectual porque cita a Hegel o a Wittgenstein o a Kant o a Gershwin o porque escribe títulos en inglés o porque sus personajes recuerdan de memoria pasajes de éste o de aquél… Y peor es cuando nos lo quiere hacer creer con personajes que son cuadraditos, que no se salen ni un milímetro de su sencilla y delimitada psicología que el audaz e intrépido escritor les ha ido trazando a lo largo de la historia. Son novelas para que el lector se sienta un idiota leyéndola. Es decir, hay una configuración de la realidad excesivamente estereotipada. Éste es el bueno, aquél el malo, aquélla otra la loca, éste el intelectual, más allá la tontita tetona y, por fin, el vivo, i.e., el escritor…
En fin, ahora leo, de puro boludo no más, La astucia de la razón, del mismo Feinmann; digo del mismo porque -como se sabe- existen más de uno. Y la verdad sea dicha, no parece mala. Y la verdad sea dicha me volví a encontrar con Ismael Serrano y con Pedro, el amigo de Ismael y con otros como Pablo Epstein (o, la verdad sea dicha, José Pablo Feinmann).
(Buenos Aires, La Página, 2007)
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Terminé -por fin- de leer la novela de José Pablo Feinmann, Ni el tiro del final. De entrada, para que entiendan lo que voy a escribir, un juicio de valor: no es una buena novela. Es decir, es predecible. La trama es la siguiente. Ismael Serrano es un filósofo devenido ―le hubiese gustado decir eso a Ismael― pianista para sobrevivir. Actúa con su mujer, Susy Rivas, interpretando entre otros a George Gershwin. En una de esas, van a parar a Mar del Plata. Sí a Mar del Plata, porque un amigo -un viejo compañero de estudios- le consigue allí un trabajo en un club nocturno y patatín y patatán… Ismael, que tiene un pasado vinculado a la filosofía -como ya ha sido dicho- y a la siempre recurrente figura de Hegel en Feinmann, parece que sabe escribir y hacer uso de la retórica. Quiero decir: escribe cuentitos y novelas, y también dice boludeces cuando actúa. Una noche conocen a un tal Vidal. Un tipo con mucha guita. Inician una relación, como si iniciar una relación fuese lo más simple en el mundo. Ahí es cuando aparece un tal Fernando, abogado y amigo de Ismael, porque habían tratado de interpretar juntos la Fenomenología del espíritu de Hegel. ¡Qué pelotudo! Y también aparece en escena una loca, la mujer de Vidal, una tal Achaval Junco. ¡Qué evidente, este Feinmann! "Achaval Junco" o "Civit Evans" o "…" Un apellido doble para una oligarca. Así de fácil piensa Feinmann que es escribir o delimitar personajes… El tema es que la mina, perdón, la Achaval Junco, piensa que Vidal, su esposo, le mete los cuernos. Y Fernando hace de detective más que de abogado. Porque como abogado se caga de hambre. Un filósofo que es pianista, un abogado que es detective, un arquitecto que tiene mucha guita gracias a su mujer que está loca porque cree que le mete los cuernos y es multimillonaria y propietaria de un sinfín de empresas. Nadie es nada en esta historia. O todos son siempre otra cosa de lo que quisieron ser. En fin, Fernando le propone a Ismael y a Susy cagar al Vidal. Hacerle creer a la Achaval Junco que Susy es la amante de Vidal para sacarle mucha guita y que, por fin, "se les dé", "una se nos dé"… Les sale todo para el culo, salvo a la Susy que se queda con el Vidal, un chalet y mucha, pero mucha guita. Entre medio, un cuentito malísimo, de una relación entre un primo asesino y uno cobarde que no vale la pena ser leído.
El problema para mí es cuando un escritor quiere hacernos creer que su novela es intelectual porque cita a Hegel o a Wittgenstein o a Kant o a Gershwin o porque escribe títulos en inglés o porque sus personajes recuerdan de memoria pasajes de éste o de aquél… Y peor es cuando nos lo quiere hacer creer con personajes que son cuadraditos, que no se salen ni un milímetro de su sencilla y delimitada psicología que el audaz e intrépido escritor les ha ido trazando a lo largo de la historia. Son novelas para que el lector se sienta un idiota leyéndola. Es decir, hay una configuración de la realidad excesivamente estereotipada. Éste es el bueno, aquél el malo, aquélla otra la loca, éste el intelectual, más allá la tontita tetona y, por fin, el vivo, i.e., el escritor…
En fin, ahora leo, de puro boludo no más, La astucia de la razón, del mismo Feinmann; digo del mismo porque -como se sabe- existen más de uno. Y la verdad sea dicha, no parece mala. Y la verdad sea dicha me volví a encontrar con Ismael Serrano y con Pedro, el amigo de Ismael y con otros como Pablo Epstein (o, la verdad sea dicha, José Pablo Feinmann).
1 comentarios:
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¡Mierda!
Pobre Juan Pablo, tan mal escribe...?
En todo caso, voy a tener en cuenta este antecedente crítico tuyo antes de presentarte a consideración cualquier cosa jajaja.
Me he acordado un poco de Feinmann últimamente. Estoy leyendo "Filosofía o Barbarie" de Oward Ferrari. Tratando, en realidad. En definitiva, citando al gran Peter Capusotto: "no entiendo una verga".
No obstante, muy interesante el libro. Estoy en el capítulo que trata de explicar el método dialéctico de Hegel. Un quilombo. Pero está re bueno.
Ahí es donde me acordé de José Pablo, que en su reciente "¿Qué es la filosofía?" trata de hacer lo mismo en una página y media. Se imaginarán con qué resultado.
Igual me cae bien el gordo, si lo tomamos como un buen difusor y no tanto como filósofo en un sentido muy estricto. A propósito hoy apareció una contratapa suya en el Página 12. Objetivamente, una cagada. Pero me cagué de la risa. Porque habla del calor infernal que hace; pero el calor húmedo de Buenos Aires, y no este calor de mierda mendocino que ya no sé cómo carajo calificar. Me derritoooooo.
Saludos.
Osvaldo.
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